En la próxima comida familiar, como quien no quiere la cosa, pregunta tranquilamente al resto por su opinión acerca de la economía colaborativa. Tras las oportunas explicaciones (“Ah, eso, sí, algo contó Raquel en el trabajo el otro día”) comprobarás que a más de uno se le tuerce el gesto, posiblemente sin que sean muy conscientes de la razón. Verdaderamente, ¿por qué esta nueva tendencia molesta a tanta gente?
1) Desconocimiento: muchos rechazan lo que no conocen por la sola razón de que «no lo conocen». Aún queda un largo recorrido al respecto en la economía colaborativa en España, con un porcentaje relevante de la población no siendo todavía conocedora del fenómeno.
Indirectamente, sucesos como el de la macromanifestación en Madrid contra las principales plataformas de transporte colaborativo o estudios como el que próximamente lanzará la CNMC arrojan luz sobre la tendencia y permiten que comience a «calar» entre la sociedad (dista mucho para que se convierta en un tema de conversación de ascensor pero ese primer barniz es totalmente necesario).
2) Desafía el statuo quo: si el primer punto se basa en la falta de información o referencias este reside en el inconsciente, y es que una mayoría reacciona negativamente de manera automática a todo lo que huela a nuevo; porque sí, por defecto, de serie.
Todos conocemos a quienes dieron su vida por defender ideas que, mucho antes que revolucionarias, no eran sino simplemente la verdad. Un buen puñado de siglos después se rompían máquinas en el renacer de la Revolución Industrial, habiendo transcurrido mil calamidades entre medio. La ingenua economía colaborativa, basada en la confianza, en la conexión, en la cercanía, no iba a ser menos.
3) Ahí fuera hay un montón de gente enfadada por esto: La televisión y los periódicos siguen mandando, y si lo poquito que se muestra en ellos sobre consumo colaborativo son los petardos que tiran los taxistas a las puertas del organismo regulatorio o los detectives privados contratados para batir a Blablacar en juicio (en lugar de en la carretera), la percepción pública queda impactada de una manera determinada (no es que sea algo consciente o premeditado, es tan solo cómo funciona la formación de opinión).
Creemos y nos basamos en lo que vemos, y no se realizan mayoritariamente esfuerzos para investigar más allá. Sea como sea, sigue siendo poco probable que se cuele en un informativo una asombrosa historia colaborativa, y además «¿Quién no tiene un cuñado taxista o amigo de taxistas?». La influencia está servida.
4) Pesimismo: Tras superar el desconocimiento, la primera barrera fruto de la novedad y la segunda de los medios de comunicación y entorno llega el turno de las fantasías negativas e infundadas. El «¿Y si te timan? Yo no me fío» o el «¿Y si te fastidian las vacaciones?», entre otros.
Lo extraordinario es que ya solo la eventual posibilidad de que todo esto llegue a suceder saca a muchos de quicio, tanto que uno sospecha sobre si en el pasado se alzaron en verdaderos defensores del collaborative consumption y les salió mal la jugada. Del «Rebeldes sin causa» al «Enfadados sin causa», echando por tierra un auténtico modelo que sacude el mundo si hace falta.
Partiendo de esta desventaja, si algo queda claro es que los precursores han de hacer un esfuerzo extra y compensar la avalancha, derribar el muro. Toca demostrar que por cada razón en contra existen 5 a favor, de que esto tiene sentido y de que, como mínimo, merece al menos una oportunidad.